miércoles, 25 de marzo de 2009


A QUINCE AÑOS DE LOMAS TAURINAS

Juan Fernando Rodríguez Ángeles

“No se hagan bolas, el candidato es Colosio”, dijo Carlos Salinas de Gortari cuando todos señalaban al recién nombrado comisionado para la paz en Chiapas, Manuel Camacho Solís, como el candidato suplente a la presidencia por el PRI en lugar de Luis Donaldo Colosio Murrieta; era 1994, pocas semanas después, el cráneo de Colosio era atravesado por una bala calibre 38 en Lomas Taurinas, Tijuana. A quince años del asesinato, México se sigue haciendo bolas. ¿Quién fue? ¿De quién salió la bala y de quién la orden? Las respuestas se deslizan entre las aguas del “sospechosísimo” y del ideario del complot político.

Eran las cinco de la tarde del 23 de marzo de 1994. Colosio no había caminado más de veinte metros desde el templete improvisado en el terreno a pocos metros de la frontera con Estados Unidos. Se abría paso entre la gente. Saludaba. Cruzaba algunas palabras con un hombre de lentes oscuros. Detenía el paso cada vez que el sujeto que caminaba frente a él se agachaba. Miraba hacia su perfil izquierdo. Sentía el frio metal del revolver apoyado contra su sien. Recibía la primera bala, la que lo mataría, justo entre el “oye José, oye José” de “La culebra” canción que servía de fondo al magnicidio; la segunda herida, que no puede apreciarse en las fotos que lo muestran agonizando en el suelo, la recibiría después, en su costado izquierdo, en algún momento de los ocho minutos que tardó en ser trasladado a un hospital.

Mientras Colosio moría, un joven de 23 años, cuya mano se abrió paso entre las cabezas de la multitud hasta topar con la cabeza del priista antes de jalar el gatillo, Mario Aburto Martínez, era detenido, golpeado, protegido por el encargado de la seguridad del candidato, el General Domiro García para que no fuera linchado por la multitud. El joven de cabello largo hirsuto, de bigote y barba mal crecidos, cara ancha, sangra por un golpe en la cabeza mientras grita “ha sido el ruco, ha sido el ruco”.

Los minutos, las horas y los días siguientes se consumen entre la confusión. Un segundo hombre es detenido, el llamado “gemelo de Mario Aburto”, Jorge Antonio Sánchez Ortega, con manchas de sangre de Colosio en la chamarra; las pruebas periciales determinan que acaba de disparar un arma, es agente del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN).

Horas después Sánchez Ortega es liberado y en el imaginario colectivo nace la idea de que él fue el hombre golpeado segundos después del disparo, “el primer Mario Aburto”; al día siguiente, en su presentación en los medios, el hombre detenido no luce como antes: es lampiño, cabello corto, rostro duro.

¿Dos Marios? ¿Quién disparó? ¿Asesino solitario? ¿A quién interrogó ilegalmente el entonces gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones?

Tres sujetos más son detenidos: Tranquilino Aguilar, el hombre que en el video famoso parece abrirle paso a la mano sin rostro que dispara sobre Colosio; Rodolfo Mayoral, que entretenía al escolta personal y “el ruco” a quien Aburto acusaba; su hijo Vicente; José Rodolfo Rivapalacio, dirigente local del PRI y encargado de reclutar al servicio de seguridad del mitin; y Graciela González, pareja de Mario Aburto.

¿Quién? ¿Por qué? Las preguntas surgían obligadas entre todos los que esa noche vimos a Jacobo Zabludovsky anunciando en su noticiario la muerte del candidato, “un hombre bueno, entregado al servicio público, con vocación de servir…”

Pocas semanas antes, el 6 de marzo, durante la celebración por el Aniversario del PRI en el Monumento a la Revolución, Colosio pronunciaba el discurso que para muchos significó el motivo de Lomas Taurinas, la gota derramada del vaso, la firma de su sentencia de muerte.

Colosio, el candidato del “dedazo”, quien garantizaría la continuidad del proyecto Salinista dejándole a éste el control total sobre un presidente débil, manipulable, rompía el molde ese día y se lanzaba contra todo aquello que el PRI representaba. “Aquí está el PRI que reconoce los logros, pero también el que sabe de las insuficiencias, el que sabe de los problemas pendientes.”

Anunciaba la ruptura del gobierno con el partido, el fin del presidencialismo “Cuando el gobierno ha pretendido concentrar la iniciativa política ha debilitado al PRI. Por eso hoy, ante la contienda política, ante la contienda electoral, el PRI, del gobierno, sólo demanda imparcialidad y firmeza en la aplicación de la ley. ¡No queremos ni concesiones al margen de los votos ni votos al margen de la ley!”.

Carlos Salinas diría después en entrevista con Joaquín López Dóriga que Colosio le había hecho llegar su discurso un día antes y justificó: “atrás de ese discurso también estaba todo el quehacer de Donaldo a lo largo de su vida en la administración pública y en las tareas del partido.”

Atrás de ese discurso estaba también un distanciamiento entre el candidato y el presidente. El descontento por el nombramiento de Camacho Solís, con quien compitió por la candidatura; el olvido mediático que generó entre la sociedad la idea de que Camacho era el candidato suplente; el conflicto con el principal asesor de Salinas, Joseph Marie Córdoba Montoya, quien apoyó la precandidatura de Ernesto Zedillo, el autor intelectual del crimen, forjado en la mente de la sociedad mexicana; en este clima Colosio denunció el 6 de marzo, “El gobierno no nos dará el triunfo: el triunfo vendrá de nuestro trabajo, de nuestro esfuerzo, de nuestra dedicación.”

Diez años después del crimen, el padre del Colosio, Luis Colosio, denunciaba que el asesinato de su hijo se había dado en “un clima profundo de deterioro de sus relaciones con Salinas”. En la misma fecha, el ex presidente señala “quien más resultó lastimada fue sin duda su familia, pero también la muerte de Donaldo fue un golpe muy fuerte en contra mía y sin duda en contra de mi gobierno.”

Con su muerte, Colosio se convirtió en el adalid de la democracia. Su discurso del 6 de marzo lo elevó a un lugar que nunca detentó en vida. La gente que vio morir a Colosio una y mil veces en los noticiarios de televisión observaba también como se perdía lo que consideraban una esperanza de cambio en México. La frase “a Colosio lo mataron porque sí iba a gobernar bien” se convirtió en lugar común, referencia obligada cuando de hablar de política se trataba.

El PRI se apresuró en los homenajes. Apenas tres meses después del homicidio, se erigió un busto en Lomas Taurinas, mientras todas las oficinas del partido en el país eran bautizadas con el nombre “Luis Donaldo Colosio Murrieta”. Hoy, a quince años de distancia, el nombre de Colosio es herramienta discursiva, recurso para el aplauso fácil, forma sin fondo, los mismo colosistas de ayer hoy ni siquiera acuden a los nimios homenajes que se le realizan.

La historia le ha dado un lugar a Colosio, el del presidente que no pudo ser, el del hombre que cambiaría el futuro político del país ¿será? Mientras los homenajes al candidato decaen, mientras Mario Aburto cumple una condena de 45 años en prisión, Carlos Salinas de Gortari, el presidente señalado, sobre quien se posan las miradas cuando se recuerda al malogrado candidato, señala “yo me miro todas las mañanas y me digo: ¡Cómo nos hace falta Donaldo! ¡Cómo le hizo falta Donaldo al país para consolidar la reforma! ¡Cómo hace falta mi amigo cerca!”. Con esos amigos…